La puerta de entrada al Tibet es Lhasa la capital. Al estar a 3.600 metros por encima del nivel del mar, decidimos llegar poco a poco, haciendo la mitad del camino en avión, pasar 24 horas en Xining a 2.000 metros (y ver el primer monasterio budista tibetano) y tomar allí el tren que en 24 horas nos haría cruzar la meseta tibetana. Nadie del grupo había estado jamás 24h en un tren y, ciertamente, se acabó haciendo algo largo, pero el paisaje y los yak compensaban.
La primera y muy agradable sorpresa del viaje fue la comida en Xining. La proximidad a Asia central (es un decir, son 2.000 km a Pakistan) y, sobretodo, la influencia uigur, hace que la comida allí sea muy diferente a la comida china. Un sólo detalle: comen pan. Es fácil acompañar las comidas con un pan parecido al de pita.
A pesar de haber pasado un año de los disturbios, la presencia policial y del ejército en Lhasa en muy notable (no hay fotos que está prohibido), los hay en cada esquina.
La ciudad está claramente dividida por el palacio de Potala (a la izquierda): a mano derecha la parte antigue y poblada por tibetanos y, a mano izquierda la parte moderna y poblada por chinos. Sin duda, la parte tibetana tiene todo el sabor que uno espera en Tibet (y que dan miles de años de comer, beber e iluminarse con mantequilla de yak).
El palacio de Potala está en un monte y domina toda la ciudad. Esto es una constante en las diferentes ciudades tibetanas. Da toda la sensación de un castillo feudal dominador de la ciudad. Y la sensación es acertada, eso es lo que eran. La sociedad tibetana estaba controlada por los lamas de sobrero amarillo (los que conocemos, vamos, pero resulta que hay otras sectas budistas allí también) que ejercían un poder feudal. De hecho, éste es el principal argumento utilizado por el gobierno chino para justificar la intervención de los años 50: liberar al pueblo tibetano del feudalismo. De hecho, se rumorea que en el Potala hay oro suficiente como para alimentar a todos los chinos un par de años (lo que me sorprende al no ser el oro un mineral especialmente nutritivo).
La comida tibetana tiene claramente un carácter de subsistencia: el yak y los cereales son los amos y señores de la comida. Fuera de las ciudades (Lhasa, Shigatze y Gyatze) la comida era, invariablemente una variación de arroz con yak, arroz con verduras o yak con verduras. Todo regado con té, al que se los estómagos fuertes añaden mantequilla de yak (le da un curioso regusto de queso azul).
El Tibet nos pareció una sociedad de grandes contrastes: al lado de calles que sirven de retrete, de casas que secan las boñigas de yak para poder tener calefacción luego, hay todoterrenos japoneses, una excelente cobertura de móvil incluso en los lugares más remotos y electricidad generada por placas solares. Una mezcla del s.XIV con el s.XXI, deja una sensación rara.
Moverse por el Tibet no es fácil. Hay carreteras que cruzan puertos de más de 5.000 de altitud (¡montañeros! es fácil hacer un 5.000 allí), pero muchas de ellas están sin asfaltar o en pésimas condiciones. Esta dificultad se ve compensada con creces por la belleza del paisaje: montañas nevadas enmedio del desierto, glaciares a la vuelta de la esquina, lagos y, claro, la joya de la corona: el Himalaya.
Visto desde el campo base, no impresiona tanto, al fin y al cabo sólo (ejem) hay 3.000m largos de desnivel. Es una falsa impresión: solo hay que esperar a que empiece a soplar ventisca, se ponga o salga el sol o simplemente, que pase el dolor de cabeza del mal de altura.
El frío en el campo base es importante: dentro de las tiendas/hotel, el agua se congelaba. Y era en mayo. Para calentarse, queman boñigas de yak que sueltan muchos elementos volátiles y dificultan la respiración: quizá les hagan falta aún más placas solares.
Aparte de los enormes contrastes y de los descomunales espacios abiertos, la sensación que deja Tibet es de aislamiento absoluto (Lhasa, menos). Está lejos y allí la vida es dura. A pesar de ser mayo, estaba el suelo helado en la mayoría de sitios (salvo cerca de los arroyos, donde vive la gente) y pasabámos en menos de una hora de estar sudando en manga corta a ver nevar.
Ah, para los viajeros gays. Bar 88, Lhasa (mira que es casualidad ir a dar con el que debe de ser el único bar de ambiente en mil kilómetros a la redonda). Y cuidado con la cerveza: a esa altitud, una lata te emborracha.
6 comentarios:
La comida tibetana ha perdido su misticismo desde que la tuvimos que sufrir en este viaje...
Gracias por el post!
Maravilloso...
Viva el Tibet!
gracias cuscus. no es fácil tener gente de primera mano gente q haya estado por allí y encima se curre el post. salu2.
Sí, como dice Rocío no me extraña que los lamas estén flacuchos. El próximo puente de mayo, a alguna zona con gastronomía potente!
Enhorabuena cus cus, pedazo de post ya llevas unos cuantos, abrazos
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